lunes, 23 de enero de 2017

Tú. Lobo.

Mira tú, en las profundidades de tu ombligo, que no hay lobo más feroz que tú mismo. Mira arriba y abajo, adelante y hacia atrás en un intento por buscar el rastro que perdiste en medio de un chaparrón inesperado. Mira a la derecha y luego a la izquierda y piensa si no son ambas necesarias. Y sin embargo, tu cabeza girará de nuevo sin querer, delatándote. No la dejes. Mantenla firme, mirando al frente, sintiendo la brisa de la victoria reflejada en la sorpresa de los ojos. Y pisa con tus patas robustas mantos de hojas secas, que la humedad de la tierra traspase tu pelaje y llegue a enfriarte hasta llegar a tu uña, gélida también, negra y lisa como el azabache pulido. Y lanza un aullido en medio, ahora sí, de la tormenta. Sin que nadie lo espere, sin que nadie lo replique. 
Que lobos hay muchos, pero este aullido es solo tuyo, y es el que falta por oírse en el invierno de cada ricón del bosque.

domingo, 15 de enero de 2017

Relatos cortos: Desafinando

Luego de escribir se sentiría mucho mejor. Llamada recibida, pareció pensar la tinta que aguardaba ser vertida en la hoja de papel. Nunca escribía en digital. Mover la muñeca relajaba cualquier síntoma de cansancio emocional. Esa era su terapia, la que más le gustaba y a la vez, la que más la enturbiaba, pues al leer lo expresado dias, semanas, meses o incluso años antes, a veces revivía sin superar aquello que la había empujado a elegir orden y palabras. 

Libre quería sentirse ahora... como el diente de león que vuela en forma de semilla. Como cuando alguien canta en la ducha y desafina sin miedo. 

domingo, 8 de enero de 2017

Estoy aquí.

No puedo ver si no me quitas la venda, ni oír si me tapas los oídos y apagas la luz en un intento de esconderte. Estamos a distancia desigual de paralelas opuestas. ¿Qué ocurre por esa mente inquieta? Me apartas con un gesto y mi mundo se desmorona. No te sigo, ni te entiendo. Me evitas sin explicarte, y no comprendo que lo hagas. No lo hagas, no me apartes, enciende la luz de chimeneas humeantes y déjate llevar por su aroma a pino, su madera crepitante y el hipnotizante vaivén de la llama. Cuéntame, estoy aquí. Cuenta conmigo. 

miércoles, 4 de enero de 2017

Relatos cortos: Desdicha

Rendido, a placer entre el sueño y la congoja, se encontraba el corazón de la desdicha. Latidos que dolían detrás del esternón y cerraban la tráquea con su enigmático bombeo. Hormigueo en los dedos, ceño fruncido en preocupación y piernas flaqueantes, la chica abatía las manos en busca de más aire, pero ni una hoja se movía. Un resquicio de olor emanaba de la rendija de la ventana de la habitación, pero era tan, tan leve, que solo el mejor sabueso lo hubiera olfateado. Y sin embargo, el mismo embriagaba la nariz de la joven, haciéndola encogerse sin saber razón, haciéndola enojar cuando su sentido y valor ya se habían ahogado en un- gran- vaso de agua.

lunes, 2 de enero de 2017

No soy robot

No hago más que pensar y darle vueltas en la cabeza a la idea de dedicarme a la enseñanza más que a la asistencia en enfermería. El año termina con mucho dolor laboral: me duelen muchas de las historias que pasan a mí alrededor. Quizá por eso me gustan los hospitales más que la atención primaria, porque en pocas plantas se da el caso de poderte encariñar de alguien. No da tiempo. Te importan, claro que te importan... pero es diferente. Entran, pasan su proceso y se van de alta o intentas aliviar y mueren. Es duro decirlo, pero es así, y desde luego es más llevadero. Aquí, en domiciliaria, en el día a día, pacientes y familias se van llevando un trozo de ti. Porque lo roban en tus narices cada vez que alguno desaparece, o se quedan con otro cuando conectan de alguna manera especial contigo. No, no todos lo hacen, claro. No todos con los que se convive consiguen robarte. Pero sí muchos. Aquellos con ojos limpios y sonrisa sincera son los peores. Amables, cariñosos, que ven en tí una ayuda y agradecen cualquier gesto. Esos que se preocupan que hayas llegado con los pies mojados y te notan cuando vienes con el alma rota. Y hay muchos. Yo sí creo en el ser humano. Creo en la gente buena y maldigo las enfermedades que me dan de comer pero matan, empobrecen y sacan la miseria del que está enfrente. Porque no me importa convivir con fluidos corporales, ni me importa tener que lidiar con alarmas de ventiladores, bombas de perfusion o sistemas de drenajes. Estoy en plena madurez pero me siento una niña, indefensa, pequeña, desvalida de su coraza que vaga por la ciudad a merced de quien le plazca tocarme con la punta de sus dedos y hacer que mi corazón se pare por un momento. No soy un robot. Siento tu dolor y me duele. Y me duele a veces mucho, y lloro, y grito la injusticia que te está pasando a tí, o a tí. Adulto o niño... y a tí madre, padre, hijo, tío o abuela. Y ahí está la paradoja. Porque aún sin considerarme masoquista, cada día doy gracias por sentirme enfermera y seguir sintiendo dolor. Porque el día que no lo sienta, dejare de sentirme humana, dejaré de ser enfermera y mi vocación se habrá esfumado... 

No se puede robotizar mi trabajo, mi profesión, mi vocación. Un robot no sufre, pero porque tampoco siente. 
Compañeros... nosotros sufrimos, sí, pero somos humanos y lo mejor de todo es que sabemos que tenemos que seguir siéndolo para dar lo mejor de nosotros en esta profesión.

Maldita paradoja.

Y otro se ha ido antes de tiempo.