miércoles, 1 de agosto de 2012

Tardes de verano

Sentada en el sillón de mi padre en mi primer día de vacaciones... Es un gustazo coger las letras, juguetear con ellas un rato y comenzar a teclear con mi calle, la de siempre, de fondo. En la tele, aburridos ciclistas sintonizados en TVE por mor de mi hermano. Miro los adoquines desde el tercero y reflejan la luz, devolviendo el calor hacia arriba, igual que vuela ese mate amarillo (zapatero, para los no utreranos) en busca supongo, de algún sitio de refresco donde posarse.

Recuerdo las tardes de domingo en el campo de mi tío Pedro. Quizá hoy se consideraría maltrato (en fin... Nos estamos volviendo tontos, eso es otro tema) pero aquellos días cogíamos unos cuantos mates e hilos y les amarrábamos las colas a los reposabrazos de las sillas de mi prima Torri y de la Chica, sillas puestas justo al lado del pozo, en la dirección exacta hacia donde iban los rayos de sol destinados a tostarlas. Pobres... Por mucho que batieran las alas no se movian del sitio los bichejos... Alguno acababa escapándose cuando se le desprendía la última porción de su colita y quedaba en la grama el hilito inerte.

He de reconocer que aún hoy me dan ganas de irme a la caja de la costura cuando veo uno de esos volando a mi vera. Y de irme a tomar el sol, y de pasear por esos adoquines camino al Jardincito e ir al Porche de Santa María a comer pipas con Mahme y Alberto a la sombrita de la palmera y en compañía de la estatua de Rodrigo Caro... Quizá lo haga.

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