lunes, 23 de enero de 2017

Tú. Lobo.

Mira tú, en las profundidades de tu ombligo, que no hay lobo más feroz que tú mismo. Mira arriba y abajo, adelante y hacia atrás en un intento por buscar el rastro que perdiste en medio de un chaparrón inesperado. Mira a la derecha y luego a la izquierda y piensa si no son ambas necesarias. Y sin embargo, tu cabeza girará de nuevo sin querer, delatándote. No la dejes. Mantenla firme, mirando al frente, sintiendo la brisa de la victoria reflejada en la sorpresa de los ojos. Y pisa con tus patas robustas mantos de hojas secas, que la humedad de la tierra traspase tu pelaje y llegue a enfriarte hasta llegar a tu uña, gélida también, negra y lisa como el azabache pulido. Y lanza un aullido en medio, ahora sí, de la tormenta. Sin que nadie lo espere, sin que nadie lo replique. 
Que lobos hay muchos, pero este aullido es solo tuyo, y es el que falta por oírse en el invierno de cada ricón del bosque.

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