martes, 22 de abril de 2025

Soplar las nubes

Siempre me ha fascinado ver cómo descansas. Me da paz ver tus movimientos lentos, rítmicos y calmados.
Mirarte mientras duermes, con tus respiraciones pausadas y tranquilas, sano, fuerte y tan frágil a la vez; me parece hoy más que nunca, magia

Hoy ha sido un día de mierda en el trabajo. De esos días que te pellizca el corazón, se te coge la congoja en la garganta y te cuesta hasta tragar saliva. Hoy ha sido un día de despedidas de pacientes y familias. De dos chiquititas que han tenido poca vida y mucho sufrimiento, pero mucho mucho amor y cuidado. El amor profesado por sus padres, jabatos, a pie de cama, velando por cada aliento y meciendo cada cabello de sus melenas. El cuidado de los que las hemos acompañado hasta última hora, aún con lágrimas en los ojos.

Qué injusto todo, pequeño. Y no puedo más que dar las gracias porque te tengo aquí, a cinco metros de mi, durmiendo en tu cama. Te he besado. Te he abrazado y hoy nada me parece suficiente. Porque pienso en esos padres y pienso en esas niñas y se me parte el alma. Qué injusta es la vida a veces, pequeño. Qué injusta.
Hoy maldigo mi vocación y me maldigo a mí misma por no ser capaz de parar estos pensamientos invasivos y esta pena que comparto con mis compañeros. Y tendría que parar, pero hoy no puedo. Al menos, como dice una amiga, consuela pensar al mirar al cielo que los problemas y el dolor son como las nubes, y acabarán pasando.

Volad alto. Cerca o lejos. Pero volad, y no olvidéis soplar las nubes.



viernes, 14 de marzo de 2025

Claridad

Vuela, mi pequeño, salta sobre los charcos, mójate la cabeza de ideas propias y no te achantes por otras opiniones, pero escucha y respeta. No te escondas detrás de tu vergüenza, pero se prudente, habla templado y despacio, y no olvides gritar ante las injusticias. Se mejor de lo que yo pude o supe, pero se tú mismo; inquieto, curioso, retador. Sobre todo, intenta ser buena persona, porque únicamente así se puede además ser feliz. 
Y anda, pequeño; vuela, salta y corre también contra el viento, y recuerda que en una calle mojada por tremendos chaparrones, aún hay al final claridad hacia donde ir.

miércoles, 12 de marzo de 2025

Vivir con miedo.

(Aviso importante: Borrador antiguo- entrada publicada más de dos años después de escribirla) 

Ocho son los meses que casi llevas aquí, y me pregunto muchas veces si ya me he acostumbrado a tí, a tenerte como ahora, entre mis brazos, dormido tras el baño, plácidamente respirando mientras beso tu frente. O si, cuando no estás, mi mente viaja hasta encontrarse con la persona que era antes de tí. Sigue ahí, aunque creo que tardará en volver y nunca lo hará completamente. 
Ahora soy más cauta, me noto más tranquila, más llena. Pero he de aprender lo que tantas veces me dijeron, y que no llegaba del todo a comprender. Tengo que aprender a vivir con miedo. Por que tengo miedo desde que supe que venías. Un miedo expectante al principio, aterrador los primeros días cuando te veía entre tanto elemento médico, y más asentado ahora, tras más de treinta y cinco semanas a tu lado (más, mi vida, que las que estuvistes dentro de mí). 

Pero tengo miedo. Tengo miedo a cualquier cosa que te perturbe. La picadura y hasta el zumbido de un mosquito, un golpe, un ruido estridente, una arcada en medio de una comida, un rayo de sol que frunza tu seño. Hasta el hipo, que parece no molestarte lo más mínimo, me retumba en mi cabeza y quiero mandarlo lejos cuanto antes. Y lucho por no emburbujarte y dejarte sentir, explorar, vivir, prueba y error, picor, dolor, alegría, frustración. 

Y tengo miedo a olvidarte.Tengo miedo a olvidar tu carita de ahora, como casi he olvidado la carita de hace 8 meses. Bendito Daguerre (también sus predecesores) y su daguerrotipo, por hacer posible guardar las imágenes que proyectamos en la retina no sólo en la memoria... ¡Pues qué efímera y traicionera es!
Porque tengo miedo a olvidar tambien aquello que no se puede fotografiar. Como tu piel bajo mis caricias o tu olor a leche y crema. A olvidar tu sonrisa cuando me ves aparecer y tu puchero cuando algo no te sienta bien y las miles de expresiones que pasan por tu semblante en minutos. Tengo miedo a olvidar esta sensación de explosión en el pecho, de calor, de plenitud, de felicidad cada vez que te ríes a carcajadas y tus manos me agarran mi cara, frente a frente, para buscar con tu boca mi barbilla o mi nariz. Tengo miedo a olvidar el golpeteo de tu mano en mi hombro cada mañana, cuando aún estamos en la cama y yo lucho por seguir dormida mientras tú cantas, a tu ritmo y en tu idioma. 







viernes, 21 de febrero de 2025

Cactáceas

Elena es una de esas amigas cactáceas. No necesitan que las riegues todos los días para saber que siguen respirando, acumulan agua en cada visita y están bien henchidas cuando las necesitas. No es una amistad de pillar el teléfono y contarnos las penas o las alegrías, pero aún así lo hacemos cuando estamos juntas. No es una amistad de salir de marcha o ir al cine. Pero los cafés con ella saben a gloria, aún sin hablar de cosas relevantes. El silencio también es bienvenido, y para mí, nada incómodo. 
Es una amiga, casi hermana. Una hermana sin ser de sangre, pero con la misma sensación de pertenencia. Es familia. Es calor y es risa. Y sinceridad. 
No hay preguntas incómodas. No hay juicios ni prejuicios. 
Solo hay amor, del bueno, del que dura toda una vida. Porque eso es lo que llevamos juntas. Más que una vida: bastante más de treinta años. 

Y lo mejor de todo es que pocos años me parecen.