Elena es una de esas amigas cactáceas. No necesitan que las riegues todos los días para saber que siguen respirando, acumulan agua en cada visita y están bien henchidas cuando las necesitas. No es una amistad de pillar el teléfono y contarnos las penas o las alegrías, pero aún así lo hacemos cuando estamos juntas. No es una amistad de salir de marcha o ir al cine. Pero los cafés con ella saben a gloria, aún sin hablar de cosas relevantes. El silencio también es bienvenido, y para mí, nada incómodo.
Es una amiga, casi hermana. Una hermana sin ser de sangre, pero con la misma sensación de pertenencia. Es familia. Es calor y es risa. Y sinceridad.
No hay preguntas incómodas. No hay juicios ni prejuicios.
Solo hay amor, del bueno, del que dura toda una vida. Porque eso es lo que llevamos juntas. Más que una vida: bastante más de treinta años.
Y lo mejor de todo es que pocos años me parecen.
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