lunes, 17 de agosto de 2015

Sígueme despeinando

Hacía tiempo que no cogía la guitarra y cantaba sin miedos. Con el balcón abierto he dado un concierto al que ha querido escucharme. Al que no, le habré fastidiado el atardecer, aunque he de decir que al menos tengo- o tienen- la suerte de que no desafino demasiado. 
La verdad, me resbala si hoy he molestado a algún vecino.

He cantado canciones que rompen la voz y humedecen ojos. He gastado tres pañuelos de papel solo para secarme el agüilla y me he sentido plena haciendo gorgoritos con mi garganta. Han sido capaces de llenar horas vacías. Me he quedado sin aire en palabras largas con notas altas. Me he puesto roja, azul, amarilla, y de un sin fin de colores mientras de mi boca salían sonidos y en mi cabeza me acompañaban el resto de instrumentos: percusión, saxo, piano, bajo, el llanto de aquel violín en una noche de mayo... He recordado viejos tiempos y me he probado con los nuevos discos que suenan una y otra vez en la radio-cd de mi coche. Estoy oxidada, me ha costado que mis dedos vayan rápidos al cambiar las notas, pero me he expresado decentemente. Creo que la peque de los vecinos hasta ha dejado de llorar, pero no me atrevo a atribuirme tan envidiable logro.

Estoy bien. Me siento viva. El estrés de la mañana se empezó a disipar soplando a medio día. Ahora el aire entra por el balcón y me revuelve el pelo recostada en el respaldar. Últimamente el sofá se me hace muy grande y prefiero usar una silla de playa que levanta una cuarta del suelo. Las piernas estiradas, encima de la mesa baja, que se halla vacía de todo menos de un platito de almendras y un tinto de verano con naranja. Me he cortado un poco de queso, pero a ese lo tengo encima del regazo con unos cuantos de picos. La tele ya está de fondo.


El olor de la crema corporal me envuelve, se mezcla con el de la cena. Me siento bien. Aquí estoy, esperando septiembre, haciendo y dejándome hacer. 


¡Que mi vida me siga despeinando! 

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