miércoles, 28 de junio de 2017

El desierto.

Tan cerca, y tan lejos a veces, que parecen siete Saharas los carriles desiertos que me llevan a tu casa. Los árboles cimbronean ante la llegada del viento que refresca la noche de tu calle. Tu patio guarda el secreto de tu desnudez tumbada en el colchón de pseudo chill out que te has montado y los mosquitos ponen banda sonora, rematando tú con redobles de palmas y a lo loco. 
Sonrisas, llamadas de atención y miradas cómplices de aquel que te roba el sueño todas las noches como polluelo en el nido pidiendo alimento, y conversaciones a buen seguro dignas de ser grabadas para ser escuchadas entre recuerdos de un verano feliz. 

Dicotomía de estío, en lo bueno y lo malo, se juntan en meses por separado, y soñando quizá alguna vez en compartir unidos una arena fina y unas dunas que, en presencia del mar, pasa a ser más playa que desierto. 

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