viernes, 10 de febrero de 2012

Memento mori, carpe diem.

Me enseñaron en la carrera que un signo clínico era toda aquella manifestación objetiva, incluso medible, de una enfermedad, y que los síntomas eran la referencia que hace una persona hacia lo que él cree anormal en su cuerpo, algo medible sólo y exclusivamente por él mismo.

Hoy, después de estar en casa de una amiga me ha venido a la mente una de las primeras cosas que aprendí estudiando enfermería. Muy al contrario de lo que puede pensar la inmensa mayoría, entre los que yo me encontraba años ha, el dolor es un signo. No, no es medible y no es objetivo, pero en la ciencia médica es considerado palabra sagrada y, aunque a veces alguno mal lo ponga en duda, debe ser creído a pies juntillas.

Y eso que sólo me refiero al dolor corporal... No hemos hablado aún de ese que quema por dentro. Ese cuyo signo es una lágrima correteando por la mejilla y cuyo síntoma es la tristeza profunda. Ese que quizá tengas tú y callas, por no preocupar, ya ves. Hay tanto dolor enmascarado por una sonrisa... Es como si alguno fuera como decía mi paisano Bambino, "un triste payaso".

Lo cierto y verdad es que, aun sabiendo que hay lágrimas que cierran heridas, que escuecen pero ayudan a limpiar el alma, ninguna lágrima salva el mundo ni alcanza la gloria sólo por ser derramada. Memento mori, carpe diem.

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