Pero hay algo que nadie explicaba, que cada vez es más conocido y que yo quiero aportar mi grano de arena en el desierto que es a veces criar un hijo: el posparto existe, y la despersonalización de la madre, también.
¿Sabes eso que hacías diariamente o semanalmente y que nunca has olvidado hacer? Pues se te olvida. Y puede ser tu clase de pilates, o meditación, o embadurnarte de crema de cabeza a pies, o prepararte el porridge o sacar pan para el desayuno de mañana. También puede ser, de hecho, desayunar, o comer, o lavarte el pelo, o mil cosas que antes ocupaban una prioridad y que ahora ves relegadas a un ¿tercer plano? En serio, me pregunto muchas veces cuándo ha ocurrido eso.
La verdad es que yo tengo la fecha apuntada en mi vida, claramente definida. Sí, seguramente como cada madre. Ese 5 de noviembre me zarandeó como una caída en patines. Me cruzó la cara y ya desde entonces, no volvió a ser la misma.
Tres- casi cuatro- meses después, el posparto sigue, aun no he logrado hacer ejercicio más de un día seguido, ni he ido a la peluquería, ni he estudiado oposiciones. Tengo la guitarra y el plano abandonados, y el tejado de minipatio hace mil que pide limpieza. Y a pesar de todo lo que he perdido, a pesar de casi estar viviendo una vida sin mí, no cambio ese 5 de noviembre ni los días sucesivos por nada del mundo. A pesar de la hospitalizacion, a pesar de los sustos, a pesar de todo.
Alejandro cada día me dedica más sonrisas, y eso todo lo compensa. Lo que son las hormonas... Lo que es la naturaleza.
Esa es la maravillosa dicotomía del posparto.