Hay veces que se tienen ganas de hablar. El otro día leía una crónica a cerca de una enfermera a la que su marido tachaba de heroína. Yo no creo que lo seamos, sinceramente. Pero subrayo un par de frases en las que me siento identificada. Una de ellas decía que había veces que, después de trabajar, la chica venía a casa y se mostraba reticente a comentar qué tal le había ido el (mal) día. Había sido un día difícil. Derrotada, aun así sacaba fuerzas para hacer la cena y robarle una carcajada a su hijo. Otros días, decía el escrito, estaba deseando llegar a casa para contar algo maravilloso, algo de alguien que en las urgencias del hospital donde trabajaba, había salido bien parado.
Mi vida laboral ha cambiado mucho en los últimos dos años. Cuando estudié enfermería siempre me imaginé con mi pijama blanco de hospital, recorriendo el pasillo con el carro. Recuerdo que, justo antes del verano del 2013, me pasaba las tardes en los grupos de whatsapp riéndome de cualquier cosa, descubriendo que eso que parecía un chat dentro del móvil, te mataba el tiempo de algunas tardes después de trabajar. Llegaban los fines de semana y si no estabas de guardia, podías respirar tranquila sabedora de que nadie que no fuera a ofrecerte un café a cambio te iba a llamar para exponerte un problema.
Hace dos años una llamada me cambió la vida. Alguien me ofrecía un puesto de responsabilidad que me iba a abrir alguna puerta más. También me cerraban otras, como todo supongo. Esta llamada me ha dado hoy día la posibilidad de meterme en otro de los mundos de la enfermería por la que tengo devoción: la enseñanza. He ahí el problema, la asistencia, más la coordinación, más la enseñanza me roban las veinticuatro horas de un día que se me antoja a veces más corto de lo que debiera.
No se si ahora estoy mejor o peor. Sé que estoy distinta. Tengo muchos proyectos que se agarran a mi situación y quiero, poco a poco, sembrar al menos parte de las semillas para poder recoger un fruto del árbol público algún día.
Tú sabes que mis frágiles me esperan en casa a que les de una palabra de aliento, y he tenido poco o nada de tiempo para dedicarles, para todo el que merecen. Pero hoy, no me malinterpretes, necesito dejar de tener en el horizonte que mis frágiles algún día dejarán de existir y se llevarán, como te has llevado, un pedazo de mí.
Hoy quería hablarte y he podido mientras te miraba, no se si me has escuchado. Espero haberte podido ayudar... Pero hoy ya es un día difícil y ya, ya no tengo más ganas de hablar.