domingo, 22 de febrero de 2015

No me encanta nada.

Pues no me encanta que te vayas, sabes? No me encanta nada. Pero lo entiendo. Entiendo que es un mundo nuevo, con grandes oportunidades para aprender y para ser, para vivir aventuras y encontrarse en un mar de gente.

No me encanta que te vayas, ¿sabes? Pero lo entiendo. Que estos menesteres son importantes para el curriculum vital en tu treintena. Más tarde, es cierto, no lo harás. Es ahora el momento y vas a estar bien. Eso lo se.

Pero no me encanta que te vayas, la verdad te digo. Porque eres parte importante de mi vida, porque sí: ¡Soy egoísta y no me encanta que te vayas! Porque me gusta estar contigo y reírnos cara a cara, sin pixeles de por medio. Sin tener que quedar de manera virtual. Porque ya te echo de menos.

No me encanta que te vayas, pero en el fondo quiero que lo hagas. Porque podré conocer una cultura diferente cuando vaya a verte, pero en realidad solo vosotros sois los que se me perdéis allí y más de uno emprenderemos un viaje de veinte horas para conocer aquello, sí, pero sobre todo para daros un abrazo y estar con vosotros.

La verdad es que no me encanta que te vayas... Pero quiero que lo hagas porque tu lo quieres, porque lo queréis, porque estás feliz, porque te hace feliz y tu sitio esta con él. Y eso y solo eso es lo que yo más quiero para ti: que seas muy feliz alla donde estés.

No os vais solos. Os lleváis un pedacito de cada uno. No hace falta que os diga que aquí os estaremos esperando... Ni que te voy a echar mucho de menos. Pero aquí te esperaré, con los brazos abiertos y un chupito de tequila.

Os quiero catetis.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Relatos cortos: sarna con gusto

- ¡¡Dejadme!!- Gritaban sus ojos hundidos en las cuencas. Ojeras pastosas enmarcaban su mirada y el pestañeo de sus párpados tenía poco recorrido vertical.
Era un día cualquiera y se le estaba haciendo similar a una carrera de obstáculos para un parapléjico en silla de ruedas pequeñas y delgadas. Necesitaba un cigarro, encenderlo desnudo en el baño mientras se examinaba frente al espejo, delgado, echárselo al pecho y notar como el humo lo llenaba, el veneno lo invadía y lo mataba lentamente. Sigilosamente. 
Ese era su sino: un cuerpo indefenso ante el despecho de una industria, la química, que lo consumía desde dentro... Pero era su droga y no veía un mundo sin ella. Quizás lo dejara algún día, quizás... cuando las ruedas la silla fueran más grandes y robustas y la emoción de superar obstáculos ya no lo demacrara.