Los asiáticos son personas curiosas, capaces de edificar la (segunda) estructura artificial más grande del mundo en pocos años con una altitud de más de seiscientos metros y tener la higiene íntima de sus pequeños a la intemperie (con pantalones con aberturas allá donde la espalda pierde su casto nombre para facilitar la salida de desechos humanos y quién sabe si también la entrada de todo microorganismo que se cruce por su camino). De cualquier modo, China es un lugar para visitar. Desde la ciudad de Pekín en sus hutongs hasta la visita más turística con la increíble Gran Muralla en Mutianyu y su tobogán (imperdible!), y pasando por la Shanghái más moderna con los miles de espacios que ofrece al mundo. China sorprende al visitante con cantidad de lugares dignos de disfrutar y con unas costumbres que chocan con las occidentales. Yangshuo, con las impresionantes montañas kársticas franqueando los ríos Yulong y Li son un reclamo que el ojo no debe perderse mientras baja la corriente por las barcazas de bambú y deja relajar la mente de las preocupaciones.
Hace poco más de seis meses hice la promesa de venir a China a compartir vivencias con dos buenos (al final fueron tres!) amigos. Dije que nada se me había perdido aquí exceptuándolos a ellos, pero ahora se que mucho me queda por ver. No sé si volveré o no, puesto que estoy ansiosa por visitar otros destinos europeos cuanto antes y la economía de guerra ha comenzado, pero lo cierto es que este viaje han sido unas vacaciones estupendas, con unos anfitriones maravillosos y una compañera de viaje perfecta.
Solo me queda agradecerles a todos sus risas, cantes, su hospitalidad y su mera presencia, porque me lo he pasado pipa!! Así que... Xié xié!!