Hace mucho que no me paso por aquí. A lo mejor que la vida me atropelle tiene algo que ver, pero siento que, con este abandono de palabras, también me he abandonado un poco a mi misma. Es, literalmente, una pausa al blog que va unido a una pausa, en el sentido más figurado, en mis pensamientos. Y no. No es que mi cabeza se haya quedado parca en palabras, es que los dedos no han encontrado el momento de plasmarlas por aquí.
En la medida de lo posible, como deseo de segundo trimestre del año, quiero volver. (Volver. Esa palabra que tanto me gusta)
No ha habido grandes cambios fuera de estas letras. Bueno, sí. El tiempo pasa tan rápido que me parece una falta de respeto que Alejandro en septiembre entre en el colegio. No se si él está preparado, supongo que sí, que para su madre es el más especial, pero entiendo que para el mundo es un niño (maravilloso) más. Pero yo no, no lo estoy. No estoy preparada para quitarle el pañal, aunque me apetezca mucho. Ni estoy preparada para cambiar otra vez de rutina y decir adiós a sus seños de guarde, que tan bien lo tratan.
Va a estar bien, claro que sí, no me cabe duda; y este duelo tonto, anticipado, irracional y poco verbalizado durará poquísimo. Pero es curiosa la manera que tenemos las personas de adornar nuestra zona de confort, como si fuera el salón de casa. Cuando, además, no somos conscientes de que lo mejor es pasar por las etapas de la vida como se pasa por las salas de los museos: observando y disfrutando las obras de arte que la suerte ha puesto en frente de nuestras narices.
Vamos a darle de nuevo al play. Vamos a dejar de rebobinar y vamos a volver solo en pequeñas dosis a donde fuimos felices, pero sin atraparnos en el sofá del pasado. Vamos a darle al play, no pongamos la velocidad x2, ni hagamos spoilers de lo que viene.
Quiero disfrutar de lo que tengo ahora, de sentirme una mujer afortunada rodeada de gente maravillosa.