martes, 22 de octubre de 2024

Incomparecencia

El sentimiento más feo que se puede tener con una persona no es el odio, o la envidia. Bajo un punto de vista más emocional, aún si cabe, para mí, lo peor que puede hacer una persona es defraudarte. Quizá porque se revierte el peso de la culpa en tí, porque tú esperas que haga algo que no quiere, no puede o no sabe cómo hacer. Y es esa persona la que lo hace, pero a ti se te queda cara de tonta esperando algo que no llega ni aunque le abras las puertas con alfombra roja y orquesta sinfónica de Viena.

Lo segundo más jodido, para mí, es la mentira y la fábula. Como decía aquel pasaje de la eucaristía: "de palabra, obra u omisión".

Y así, llegamos al culmen del proceso anterior que es el noqueo y el enfado posterior. ¿Cuánto dura todo? Pues entre uno y mil. Póngase el apellido que se quiera para delimitar tiempo ilegitimado y vagamente formulado.

Pero llegará el punto y final. Y la paz. La calma. La dicha. El sosiego y la seguridad de no necesitar más de lo que ya se tiene y se es. Llegará.

Punto y final.

sábado, 12 de octubre de 2024

Eloy y Luisma


El amor puede tener muchos símiles. Uno, quizá el más extendido, es el de una flor a la que hay que regar para que no se marchite. A mí me gusta más pensar en él como un árbol, fuerte, robusto, con grandes raíces que soporten viento y tempestades, y con ramas que te hagan tocar el cielo, acariciar el sol y te den cobijo en la tormenta.



Ojalá seáis árbol el uno para el otro. Os deseo que os cuidéis, que os brindéis el agua, el aire y la luz que necesitáis, y que brindéis cada noche porque os hacéis mas fácil el camino en esta vida. 
Juntos.
Feliz vida, amigos.

martes, 1 de octubre de 2024

Disociación

¿Sabes cuándo empiezas a escuchar algo, una palabra o una expresión, y ya no solo no dejas de oírla si no que parece repetirse hasta la saciedad? Puede que sean modas y tendencias, como la resiliencia, que siempre ha existido pero ahora hay mucha gente con esa palabra grabada con tinta en la piel. 
Quizá porque no es tan políticamente correcta- o mentalmente amable- la palabra disociado/a nadie se la tatúa, y sin embargo hay una plaga de gente que podría ponérsela bien grande en un lugar visible, por aquello de entender porqué carajo se comportan como lo hacen.

La salud del ser bio- psico- social (caracteristicas que ya he repetido en alguna ocasión en este (mi) espacio) que es el humano, tiene una dimensión infinita, proyectada precisamente en esas tres esferas. Cuando una cojea, la salud se va a tomar por saco y el holismo se vuelve loco, a tal punto que cuerpo, mente y relaciones a veces dejan de estar unidos para disociarse. Y ahora a ver quién los junta de nuevo. 

Y ahí estamos. Como espectadores videntes de futuros futuribles o no, factibles o imposibles, pero ansiosos y enfadados por las disociaciones y los disociados. 

Qué eufemismo de palabra, cuando lo que de verdad quiere decir es que esa en la que está es una situación hijaputista. Porque, encima, los disociados que no padecen el mal grave, no saben a veces que lo están (disociados, digo), con lo que no buscan ayuda ni sostén que les sostenga. 

Y ahí siguen, haciendo un verdadero Titanic: Velocidad crucero directos al iceberg.

lunes, 19 de agosto de 2024

Impasse

El desarrollo de la vida tiene mucho parecido a la música en general. 
Hay canciones para todo, de todo tipo, diferentes épocas y de todos los gustos. Hay canciones movidas, con acordes y notas rápidas, vibrantes, con momentos de plenitud y euforia. Y canciones tranquilas, con sonidos pausados y calma en sus pentagramas. Así, también dependiendo del día, del ánimo o de la propia temperatura de la tierra y de la época del año, apetecen mas unas canciones y otras: unas piezas de jovial allegreto, fresquitas de arena y mar y chiringuito, u otras de mantita y sofá, de chimenea y música envolvente que te abraza y te mima.
Y en todas ellas hay compases de espera. Esos que dan pausa, empaque, o aquellos que hacen que se decida la melodía hacia un final esperado, hacía uno impensable. Hacia uno desastroso o hacia uno brillante. La guinda del pastel, un final estiloso, a la altura, excelente, o funesto, predecible y calamitoso. La resolución tras el impasse, a fin de cuentas.

La buena noticia es que la música seguirá sonando, y, como música que es, cambiará según el día, el ánimo, la época, el tiempo y las manos que las crean, las toquen, las escuchen y las disfruten. 

Todo pasa, y siempre algo queda.

sábado, 15 de junio de 2024

J

Hablar de J ahora mismo me resulta doloroso. No puedo ni imaginar qué estarán pensando esos padres que han aguantado como jabatos desde hace a penas un par de meses, justo desde el diagnóstico de la enfermedad de su hijo.
Antes de ayer lo vi en los ascensores. Venía de hacerse una prueba y lo vi mejor, con esa mirada suya penetrante de ojos claros y limpios, y esa sonrisita de medio lado que se le pone a veces. Es guapo el tío. Y bien hecho, aunque ahora su cuerpo esté batallando y tenga muchas cicatrices por dentro y por fuera.
Pero no me esperaba encontrármelo otra vez al día siguiente con esa fragilidad tan extrema. No así. Un guantazo sin mano de los que te cruzan la cara. Puta vida.

Son de esos pacientes y de esas familias con los que conectas. Te sientes parte importante de su proceso, de su vida, e intentas por todos los medios minimizar los golpes que puedan venir desde un punto de vista holístico. Bonita teoría. Empatía y ya. Pero claro, tu estás ahí también, poniendo mente, pero a veces pasa que te roban el corazón. Y cómo duele. Joder, cómo duele.

Y no te tragas una maldición porque no te da la gana. Y rezas a la vida para que le dé oportunidad de ser feliz y de vivir muchos años al lado de su gente. Y maldices de nuevo, porque sabes que J será como Manuel, mi chicarrón (ya de 18 años) de ojos negros y alma de oso amoroso. 

Y te vas a casa, pero no te vas. Te lo traes al sofá y lo piensas y lo repiensas. Y maldices el momento en el que decidiste dedicarte a esta profesión, pero bendices el momento en el que lograste sentir su cuerpo relajado después de un día de mierda, que dió paso a un sueño reparador. 

Y esa es la perfecta y puta dicotomía de la profesión más bonita del mundo.


domingo, 21 de abril de 2024

Salud perdida

Hoy siento dolor. Dolor y ansiedad. Ha sido una noche en el trabajo no demasiado buena, pero tampoco demasiado mala. La inestabilidad de signos virales es constante en la unidad en la que me ha tocado, pero dentro de esa inestabilidad, hoy no ha ido mal, diría incluso que mi pequeña paciente está algo mejor que como me la encontré.

Y si embargo siento un dolor profundo, y me oprime el pecho. A la vez, siento una gratitud enorme cuando pienso en mi hijo sano y feliz, y vuelven los pensamientos a ese box y a ese sillón ocupado por esa madre o ese padre. Y se me vuelve a partir el alma.

"No se cómo puedes, yo no podría trabajar allí". Si me dieran un euro por cada vez que he oído esa frase no viviría en un piso de 59m². Puedo porque, de vez en cuando, y solo de vez en cuando pago un peaje. El peaje de la impotencia, de la pena, de la calma tensa en mas noches, de las lágrimas en la ducha, de la ansiedad, del llevarte a casa todo y nada, de pensar en lo que pudo ser o lo que será, de lo que es, de cómo está, de su familia, de los abrazos y los apretones y los ánimos que les podemos dar cuando por dentro estamos rotos. Cuando sabemos, de sobra, que aún quedan jarros de agua fría para esos maltrechos padres. Cuando tenemos claro que vivir no solo se trata de respirar. 
Y siempre pienso que cualquier ser humano podría trabajar donde nosotros, donde hoy hemos estado, claro que podría... Somos supervivientes natos, el poder de resiliencia es maravilloso, universal, humano, y a la vez casi animal. Pero entiendo que no todo el mundo quiere pagar ese peaje, y entiendo que no todo el mundo es capaz de ver también, y sobre todo, lo hermoso de encontrarte fuera de la cama de la UCIP que una vez ocuparon, a centenares de pequeños con una vida plena y digna, y una familia que da gracias por recuperar la salud perdida.


martes, 2 de abril de 2024

Replay

Hace mucho que no me paso por aquí. A lo mejor que la vida me atropelle tiene algo que ver, pero siento que, con este abandono de palabras, también me he abandonado un poco a mi misma. Es, literalmente, una pausa al blog que va unido a una pausa, en el sentido más figurado, en mis pensamientos. Y no. No es que mi cabeza se haya quedado parca en palabras, es que los dedos no han encontrado el momento de plasmarlas por aquí.
En la medida de lo posible, como deseo de segundo trimestre del año, quiero volver.  (Volver. Esa palabra que tanto me gusta)

No ha habido grandes cambios fuera de estas letras. Bueno, sí. El tiempo pasa tan rápido que me parece una falta de respeto que Alejandro en septiembre entre en el colegio. No se si él está preparado, supongo que sí, que para su madre es el más especial, pero entiendo que para el mundo es un niño (maravilloso) más. Pero yo no, no lo estoy. No estoy preparada para quitarle el pañal, aunque me apetezca mucho. Ni estoy preparada para cambiar otra vez de rutina y decir adiós a sus seños de guarde, que tan bien lo tratan.
Va a estar bien, claro que sí, no me cabe duda; y este duelo tonto, anticipado, irracional y poco verbalizado durará poquísimo. Pero es curiosa la manera que tenemos las personas de adornar nuestra zona de confort, como si fuera el salón de casa. Cuando, además, no somos conscientes de que lo mejor es pasar por las etapas de la vida como se pasa por las salas de los museos: observando y disfrutando las obras de arte que la suerte ha puesto en frente de nuestras narices.

Vamos a darle de nuevo al play. Vamos a dejar de rebobinar y vamos a volver solo en pequeñas dosis a donde fuimos felices, pero sin atraparnos en el sofá del pasado. Vamos a darle al play, no pongamos la velocidad x2, ni hagamos spoilers de lo que viene.

Quiero disfrutar de lo que tengo ahora, de sentirme una mujer afortunada rodeada de gente maravillosa.