martes, 8 de septiembre de 2020

Regalo

Hace mucho que supe que quería ser enfermera. No es la primera vez que hablo por aquí de mi profesión. Pido al lector perdón y paciencia, pues puede que no sea tampoco la última. 
Hoy me han pasado un audio de María José, una expaciente a la que traté durante cuatro meses hace ya más de ocho: la tuve en planta de hematología y dejé de ser su enfermera cuando, allá por final de Enero de este año, se me acabó el contrato y me fui con mis bártulos a la guerra que es la observación de urgencias del Hospital General Virgen del Rocío. 
El audio era un audio de agradecimiento, le dan el alta hospitalaria (¡Brava!) y ha querido irse nombrando a sanitarios y no sanitarios que le han ayudado en este trance que supone tener cáncer. 
Mi nombre aparecía en ese audio. Después de tantos meses de tratamiento, mi granito de arena ha formado parte de esa montaña que la ha hecho salir del pozo del cáncer, y saberte parte de eso es sencillamente maravilloso. Hoy ella se ha acordado de que lo puse ahí, y me ha nombrado, y no hay mayor satisfacción que la de tener la certeza de haber ayudado a alguien. 

Tengo la profesión más bonita del mundo, a pesar de negacionismo actual, a pesar de los malos momentos, de la pérdida de vidas tras meses tratándolos, a pesar de ver la miseria humana, de las patadas en el culo que nos damos para llegar a todo y a todos, a pesar de las noches sin dormir y los días agotadores. Tengo la profesión más bonita del mundo y la suerte de haberla elegido, porque es una suerte amar lo que se hace y porque, a pesar de todo, hay momentos mágicos que hacen que todo eso valga la pena.  

Gracias a tí, María José, por este gran regalo. 
Cuídate mucho... Y ya sabes, ¡Nos vemos en los bares!