sábado, 5 de noviembre de 2022

Tempus fugit. Un año de amor.

Hace un año llegaste a mi vida. Me gusta pensar que hace más, la verdad, por que ya te sentía revolverte dentro de mi como ahora cuando quieres que te deje en el suelo para gatear. Pero la fecha de tu DNI (que sí, que ya tienes a pesar de la fotografía horrorosa que te sacaron) pone 5 de noviembre. Soy una madre que ve a su hijo guapo y maravilloso, pero la foto del carnet no es tu mejor foto, mi vida... Eso sí, salvando ese detalle de sentirte conmigo mucho antes y de que saliste berreando por aquel aro de fuego antes de lo que se esperaba, literalmente naciste a las 7 y tres minutos de la mañana hace hoy justo un año, con kilo seiscientos treinta, cuarenta y tres centímetros y una naranja guachi de cabecita (veintinueve centímetros de perímetro craneal)
¡Feliz cumpleaños también por aquí! 
La verdad, la garganta ahoga las palabras. Ni si quiera escribiendo soy capaz de contener lágrimas y plasmar lo que siento. Porque escribo esto mientras te acuno en mis brazos, y desearía parar el tiempo y tenerte tan pequeñito y cerca siempre que pueda oler tu respiración... Esa mezcla láctea y de pan con tomate del desayuno, con gotitas de colonia de bebé. Lo huelo, lo vuelvo a oler y quiero guardarlo para siempre en la memoria, porque todos me dicen que se olvida, y eso me da rabia. Casi te absorbo de tanto olerte, no creas que exagero. 

Mi bebé, mi niño, mi amor más incondicional, mi torbellino de colores con pies descalzos. Mis ojos verdes hoy, grises mañana, color de la dulce miel. 
Sigo sin poder expresar el amor tan animal que provocas en mí, tan creciente en cada paso, tan irracional que a veces me da miedo que mi felicidad sea tan dependiente de tu felicidad. Y es que yo antes era una, sola, absoluta, rodeada de gente, con mis dudas resueltas y sin resolver, y ahora, desde ese día 5, la única certeza que tengo es que nunca más seré individua independiente... Porque mis ojos ven a traves de los tuyos, mi alegría va contigo y mi corazón ya siempre latirá en un pecho que no es el mío. Te quiero, Alejandro. 

Feliz vida, mi pequeño colibrí.