En una mañana tan soleada como esta, me vienen a la mente recuerdos de veranos compartidos con amigos de instituto fumando cachimbas en los parques cuando aún la moda no se había extendido. Las personas que allí conocí las tengo hoy conmigo, cada uno con su vida y una vida en común para todos. Aquellos eran veranos de juegos de cartas, de botellonas de Licor 43 y canciones de Bisbal en el radiocassette del campo. Veranos de bicicleta y walkman, de barbacoas y camping con batidos de leche asquerosamente cortada.
Aquellos maravillosos años donde las únicas preocupaciones eran qué ponerte para los 'porpoco' y cuándo ponernos de acuerdo para ir a la playa con bocatas.
Esos veranos de cafés en El Latino o en El Central y de ferias y preferías de principio a fin fueron diluyéndose para dar paso a quedadas esporádicas y llenas de hamburguesas, pizzas y risas con las cosas de Martín.
Dos años tiene ya el mozo y parece que fuera ayer cuando nos dijo su madre que estaba embarazad(ísima) con esa barriguita que luego se convirtió en barrigota en un cuerpecito tan pequeño.
Un niño da alegría, y este la multiplica por mil porque ha heredado en los genes la sonrisa y la picardía, además de las miradas de soslayo cuando no le hace gracia algo.
El grupo de instituto ha ido creciendo y somos ya niños de treinta años con mil cosas que hacer pero una en común... seguir disfrutando de la compañía de los de siempre, con la incorporación de nuevas personas (y personitas) que hacen que el grupo siga teniendo vida, aunque yo siga echando de menos aquellos veranos de sol, carretera y juegos de cartas.