Son sólo dos los que se encargan de pulsar las letras. Dos como agujas, pinchando el teclado y hundiéndose en mi piel. Dos que se confunden y rectifican, que escriben y borran para interponer otra palabra, otra frase, otra idea. Dos que quieren en realidad contar usando los otros ocho y los diez de abajo también. Por que quema, porque aquello revolotea sin ser ya pájaros en la cabeza si no más bien pájaros haciendo nido. Nido seguro, nido cálido, nido pequeño pero sabroso, dócil, tranquilo pero sin pausa, expuesto a mil ojos y a la vez, fortaleza infranqueable vacía de explicaciones.
Nido mío, y de lo mío sin posesiones ni posesivos.
Pero mi nido.