domingo, 22 de noviembre de 2020

Lo positivo

Hace un par de días vi un vídeo de una chica a través de las redes sociales. En él, aparecía sirviéndose una copa de vino y relatando los propósitos que había escrito para este 2020. Ni que decir tiene que no ha cumplido ninguno en este año raruno que nos ha tocado vivir. Se reía con una risa nerviosa y muy contagiosa, y yo, la verdad, me llevé toda la mañana viéndola en bucle y uniéndome a su guasa, ¡Qué risas! 
Me acordé que yo suelo hacer algo parecido y, bueno, el resultado es similar, desde luego. ¿Quién iba a pensar en un futuro así? Yo presentía que iba a ser un buen año y, sinceramente, ha ido en un fifty-fifty entre lo negativo y lo positivo, en un baile contínuo de piruetas emocionales. 
Queda poco más de un mes para acabarlo y soy incapaz de saber si me acordaré de lo bueno que me ha pasado cuando vayan sumando los años. Por eso, hoy escribo esto, para recordarme que lo bueno también pasó, para no dejar que el dolor lo borre. Y lo maravilloso es que todo lo bueno que he tenido ha sido gracias a la gente que me rodea. 
Una vez dije que era rica por los amigos y familia que atesoro (atesorar... Joder, qué palabra más bonita). Hoy lo reafirmo porque, con estos días de encierro, no me he sentido sola... Y eso teniendo cuatro paredes solo para mí, es mucho. 
El veinte-veinte ha sido un año de reafirmacion, de reflexión y de descubrimientos. Seguís aguantando a esta persona solitaria pero social, alegre en tragicomedia que aliña su estómago lo mismo con ensalada que con dulces o boniato al horno, y su alma con gente diferente y música variopinta. 
Queridos míos, gracias por ser navegantes que siguen esta corriente que a veces marcan el viento de mis velas, aunque no siempre vayan en la dirección que queráis... Eso es lo más positivo que tengo: que sabéis, como dijo Lorca, dejarme las alas en su sitio, que yo volaré- seguiré volando- bien.


domingo, 15 de noviembre de 2020

La vida eterna de las palabras

Aquello de que las palabras se las lleva el viento siempre me ha parecido más un eufemismo que otra cosa. Que si se le tiene que decir a alguien que no se confía en su persona, se le dice y punto. 
En estas estaba yo cuando de repente me suena un mensaje en el móvil y me veo, pantalla en mano, unas palabras escritas que me invitaban a leer cierto primer capítulo de una novela de realidad distópica ambientada en mi extrañada Sevilla (qué te echo de menos, Sevilla mía, ahora que mi querida Utrera mira más a los contagios por Covid19 que a la cornamenta que le pone de vez en cuando su hija, aquí presente).
Aquel revés de mis acontecimientos de un domingo de cuarentena cualquiera (acertaste, soy positiva por SARS-COV2 y aquí lo dejó reflejado para la posteridad: ¡Yo sobreviví al Coronavirus! ) hizo plantearme lo curioso que resulta leer lo que una vez alguien escribió. 
Yo misma me sorprendo y no me reconozco en muchos de los textos que este humilde blog tiene, y pienso en los escritores, que algunos cuentan con decenas de obras, y me pregunto si a estos genios de las letras les pasará lo mismo. 

¿Leyó Cervantes su Quijote mucho después de publicarlo? ¿Se arrepentiría de alguna parte? ¿Dudaría acaso de su autoría en algún pasaje? 

Las palabras se las lleva el viento. Tienen una vida corta en esos labios y pasan al receptor por martillo, yunque y estribo para perderse, pasando por el nervio, en los confines de su memoria. Estas que escribo ahora y que tú lees, llegaran a ella también aunque por otros medios y se perderán al igual que yo las perderé, probablemente, hasta que las vuelva a encontrar, haciéndolas eternas en el mapa de bits de un blog que una vez quiso ser entalpía.