Sinuosas, como las aletas de un pez en una pecera puede llegar a ser el caminar de un caminante por las calles de una ciudad. Se mecen a merced de las aguas entre el bullicio de la gente. Se mecen y, sin embargo, no es tranquilo su movimiento, como sí lo es el de un pez que nada sin prisas. Porque la ciudad, si hay algo que tiene precisamente es prisa... Sí, no como el pez del mar, ese que nada a sus anchas... Es más bien una mezcla... A veces como el salmón, a contracorriente... Otras veces como el Plecostomus, limpiando la mierda (con perdón) que otros dejan, y otras como el Goldfish, ese pez naranjita típico que lleva más de uno en una bolsa a casa después de una feria, atrapado siempre en un cubículo pequeño y sin salida.
Y aquí estamos todos, así es. Vivimos en una gran pecera queriendo dar bocanadas de aire hacia aguas más amplias, para disfrutar de la calma quizá de un mar de árboles y olvidar, por un rato, que sí, que la vida urbanita tiene sus beneficios y multitud de cosas positivas... Pero que irremediablemente hemos sucumbido a ser, al final, unos peces de ciudad.
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