No puedo hablar de ti. Se me coge un pellizco y las lágrimas asoman, y soy yo quien no las deja salir. Las ahogo, no quiero llorar. Me duele saberte lejos a pesar de la poca distancia que nos separa. Me paro a pensar a veces en el pasado y no puedo entender qué pasó, porque no hay nada en él que me diga que tiene lógica todo esto. Sé que no lo entiendes tú tampoco, que no ves nada malo en tus actos, pero a veces la omisión es el mayor de los pecados. Hace daño no conocerte más que al que saludo cada vez que bajo, no saber de ti más que por redes sociales que ya casi no alimento. Hace daño saber de ti más por lo que me cuentan que por lo que vivo a tu lado.
Dices que estás, y no lo quiero ni dudar, pero se me hace difícil cuando solo te veo a través de una ventana redonda.
Te lo digo, te invito a tostadas y ríes. No va contigo, solo eso te saco. Y hasta noto que te indignas en un afán por defenderte como gato panza arriba. Son muchos años, ¿sabes?, algo aún queda de cuando te conocía.
Te insisto, y vuelves a decirme que estás... pero yo, perdóname, sigo sin verte.
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