Es un amor de niño. Uno de esos que, por educación, por la forma de mirarte con las cejas arqueadas y sus ojillos oscuros y por la sonrisa de galán que atesora en su cuerpecito de oso amoroso, hace que te enamores de él irremediablemente. Manuel es mi Manuel, nuestro Manuel, el Manuel de toda la planta de Cardiología pediátrica.
Manuel nos dio un susto el otro día. Le veía mirarme con miedo mientras yo le sacaba analíticas, mi compañero lo monitorizaba y mi compañera le pasaba a chorro un suero para intentar estabilizarlo. Yo, todos, lo intentabamos tranquilizar. Le prometía aprenderme las Skin del videojuego al que está enganchada la chavalería de ahora para recitársela cuando volviera de UCI, acariciaba su pierna mientras le hacían una ecocardio a pie de cama y le agarraba la mano a su madre, a la mamá Osa de la que ha heredado esa sonrisa sincera, sonrisa que entonces se había transformado en un puchero infantil: No es más que un niño.
El corazón se nos paró a todos, la cosa no iba bien, durante el turno esperábamos noticias de quirófano. Cuando vinieron a contarnos que Manuel estaba grave tras dos intervenciones urgentes, pero había salido, una vez más, adelante, volvió a latir.
Ayer vino a nuestra unidad otra vez. Y hablamos del Fortnite, de las skin y del tiburón con mandíbula dorada, de la inundación de la temporada 13 y de los subfusiles. De que su hermano era mejor que él, y eso a él no le importaba. Y se rió, y acordamos que se traería otro mando.
Y su sonrisa y esa mirada volvieron a iluminar toda la planta, mucho más que un sol de primavera.
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