No me imagino la vida sin la protesta. Es triste, pero es así. La protesta, creo yo, nos vienen innata. Protestamos al salir del vientre de la madre y es con el llanto como avisamos de pequeños que nos pasa algo. Quiero comer o beber, me duele o me pica o el pañal lo tengo regular. Protesta. Protesta también cuando se aprende el tempranero "no". Y protesta en el colegio por los muchos deberes o el suspenso en un examen que creíamos aprobado. Protesta si se nos cuelan en la cola del cine y protesta todos los domingos contra un personaje que silbato en mano pita una falta inexistente a nuestro criterio al borde del área de nuestro equipo favorito. Es tan sana la protesta... ¡Qué bien te quedas de vez en cuando! Pero oye, la protesta se hace por algo: conseguir un cambio.
Este fin de semana muchos han protestado y han alzado la voz contra unos pocos. Por desgracia son esos pocos los que controlan al resto y son esos pocos los que se benefician a raíz de los muchos trabajadores (parados o no en estos tiempos de crisis). El 15-M, rebautizado en otoño en el 15-O, ha juntado a miles de personas alrededor del mundo, con distintas profesiones, confesiones religiosas y opiniones políticas, pero con una idea generalizada de cambio necesario en el sistema de gobierno.
Las protestas del sábado quieren implicar cambios. Amigos, sigamos protestando...
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