viernes, 10 de enero de 2014

En soledad

Derramaba el café goteante de su cucharilla deliberadamente en el paño blanco de cocina que hacía las veces de mantel. Iba dibujando con manchas marrones lo que parecía tinta en un papel arrugado, salida de una estilográfica Parker 45 de los años sesenta. Los sesenta... Qué tiempo tan feliz. Toda época pasada fue mejor, se decía.

Pensaba aún en el día que la muerte de Monroe conmocionó al mundo entero. Marilyn había marcado una etapa en su adolescencia temprana, al igual que la mayor parte de la música de su vida había salido de esa década prodigiosa.

Suena el teléfono. No lo coge. La válvula de la olla ha empezado a girar en la cocina. Son las dos y diecisiete. Tiene media hora más para seguir observando las gotas de café tardío mezclado con melancolía, hasta que el Lg Optimus le marque con la alarma el momento de retirar el guiso de la vitrocerámica. No le hace gracia tener que cocinar, no es de sus tareas favoritas. Podría ponerse a planchar, piensa. Planchar no le pesa.

Suena de nuevo el inalámbrico, se levanta con gesto airado y antes de descolgar parece escupir una palabra malsonante mientras se dirige a la ventana abierta. Al cabo de poco, la expresión sombría le cambia. Al final, un simple acto es capaz de cambiar su ánimo. Sopla una brisa que se cuela a través de la cortina y le roza las ojeras. El día se torna soleado y huele como nunca a comida, a nubes, a yerba fresca recién cortada del jardín de su calle. Puede que no sea la mejor etapa, pero hoy, por sus narices, no habrá lugar para los malditos.

 

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