Miró al horizonte desde la silla de rayas blancas y azules. Una ola había borrado el mensaje que había colgado a su perfil de Facebook desde su móvil. Estaba muy de moda hacer eso. Y ella siempre se consideró cuanto menos actual. Sinceramente estaba bastante familiarizada con las redes sociales. Se manejaba en una masa social de seguidores importante... Y a ellos les debía información casi permanente. Le encantaba el feedback que producían sus mensajes ante gente la mayoría desconocida, aunque su padre siempre le decía que eso era un peligro ¡Qué sabría él, si ni siquiera sabía usar el Whatsapp! La era de la tecnología parecía haberlo saltado a la cabriola, con sus coces y todo, a pesar de no llegar a los sesenta. No sabía lo que se perdía.
Jugueteaba con una coquina de las decenas que había en el cubo de su sobrino, publicó que deseaba que todo le fuera bien al chico que pretendía batir el récord de distancia corriendo hacia atrás (como si lo estuvieran rebobinando en una cinta de VHS, rió) y pensaba, mientras hacía remolinos en el agua, que aquel día de playa era, simplemente, perfecto... Que así lo iba a describir después de una ducha y un par de onzas de chocolate en su blog y esperaría, esta vez en secreto y con paciencia de relojero, el primer comentario para ser infinitamente feliz.
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