Solo oía los ruidos de las cañerías cuando sonó el timbre. Una fuerza lo impulsó desde la cama hasta la entrada para abrir la puerta con todas las ganas que se le habían quitado. Su ojos, mitad esperanzados mitad llorosos, se abrían de par en par mientras la puerta dibujaba el cuarto de circunferencia en el suelo al abrirse y ofrecía un chirrido que ensordeció el bloque- en un momento fugaz pensó que tenía que lijarla para evitar tal estruendo-. Un señor enchaquetado y con un portafolios esperaba paciente en el umbral, regalando una sonrisa.
- Buenas tardes, disculpe que le interrumpa, soy de gas natural y... Oiga..!- oyó, pero ya no escuchaba nada.
Cerró la puerta con la misma dificultad que antes, pero con menos ganas. Se tumbó en la cama, cogió el móvil y al ir a lanzar un mensaje de evasión, sonó. Una llamada hacia la libertad, fuera de aquellas paredes que otra vez le recordaron que la soledad no pretendida es la peor compañía.
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