El salón ahora mismo está en penumbra. El flexo del Ikea que compré cuando se me fundió la cuarta o quinta bombilla de las lámparas de techo del piso en el que dormí durante un tiempo, de prestado, se ha fundido por la parte superior de la pantalla. Ahora, en vez de roja entera tiene una zona rosácea y medio transparentona, señal de que he estudiado mucho en los últimos tiempos y la bombilla por poco revienta de calor.
Esta es una de esas veces que escribo por no hacer otras cosas. Podría hacer mil y una si me lo propusiera. Pero es tan aburrido guardar la ropa, poner lavadoras, hacer la compra o limpiar el polvo que no me apetece... y me parece una falta de respeto no hacer esas cosas y ponerme a ver series en la tele o a leer un libro por placer. Escribir tiene para mi un sentido psicológico mucho más profundo que el propio de ocio. Es como un deber además de una evasión. Me gusta. Cuando llevo un tiempo sin abrir el blog me susurra al oído un Pepito grillo para que lo haga, por lo que me siento en la obligación de escribir y así me quito el peso de la conciencia que me exige ser responsable y hacer algo por la patria. Quien dice patria dice piso, que al fin y al cabo, es mi pequeña patria.
El calor parece estar yéndose poco a poco como están escondiéndose cada vez más las horas de luz en el día. Vendrán días de asfixiante subida de termómetros, sí, y más en un sur que atrae las corrientes de aire africanas. Pero las tajadas de melón saben mejor cuando entra la brisa de la noche por la ventana. El verano se acaba, esa es la verdad. Estudiantes de todos los lugares ven más que nunca como corre el calendario hacia el tan temido septiembre. No quieren que llegue pero yo, odiadme si queréis, quiero que el día uno ya esté aquí y todo vuelva a la normalidad de la cotidianidad.
Quizá sea porque aún me quedan vacaciones en el año que disfrutar y ya agoté las estivales, pero a estas alturas el verano me sobra.
Corre, corre.
Que septiembre ya está aquí.
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