Pinta con puntillismo momentos que rompen sueños con silencios de mudo, increíble técnica. Pinta miradas que esconden odios en acuarelas, que rompen solo un alma. Pinta un mundo ficticio incluso a grisalla con rodillo, que gira y gira entre supuestos grises económicos pero no sabe hasta cuando. Hoy, estamos aquí.
Suelta los pinceles cuando lo sacan a bailar por verdes caminos y cielos despejados para tardes dominicales de visitas y siestas, de piscinas y arena en verano y chimeneas en invierno junto a un árbol. Deporte y cine de serie B inundan las pantallas pero nada entretiene, obsesionado con sus cuadros vuelve a la pintura buscando su estilo.
Y pinta ahora al óleo al más puro estilo Sorolla: Playas vestidas de marineros queridos por fachada y féminas de blanco atuendo, con trazos sueltos y desenfadados, iluminados quizá en exceso, obviando las sombras que la luz produce. Iluminismo impresionista.
Y prueba ahora con las temperas, que ganan terreno, pintando al reino animal, volviendo a ilustrar prados y madrigueras con comadrejas de identidad oculta. Poco a poco. Paso a paso, se esconde la luz y vuelve la oscuridad. Pintor cobarde como ese cobarde de días sin luz que cantaba Angustias, pinturas sin luz, oh mustélido.
No encuentra técnica. Todo pinturas, todo pared al fresco con brocha o pincel fino en lienzo para trazar líneas que crean imágenes en la superficie blanca, color descolorido con una definición gráfica que no se entiende con Pantone. Fuera de todo canon establecido, su color es impreciso. Pobre. Eso sí, con maderas traveseras en el lino y cimientos enterrados en el piso carcomidos, corroídos, podridos; tira el cubo y lo mancha todo. Muere matando, su obra puede restaurarse pero le interesa más el caos de un dripping surrealista.
Ya no pinta. Sólo mancha. Tiene el pincel seco de pintura.
Quizá sea eso.
Ya no pinta. Sólo mancha. Tiene el pincel seco de pintura.
Quizá sea eso.
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