La muerte está ahí, siempre. Desde que el corazón tiene el primer impulso electrico en la sexta semana de gestación y empieza a latir, creciendo cada vez más hasta que salimos del vientre de nuestra madre con la primera bocanada de aire. Desde ese instante en que hemos nacido, la única cosa que es certera es que vamos a morir. Y sin embargo, no quiero que este post sea un guiño a la muerte, sino a la vida. Porque cada hora, cada minuto es importante; cada día, cada semana y cada año nos da experiencia. Cada momento es tuyo, y no va a volver.
Ráez es un apellido y Pablo un nombre. Hoy, esas dos palabras vienen cargadas de dolor por la injusticia de su marcha, por la pérdida de su lucha y por las veinte vueltas al sol. Pero hoy se tiñe también inevitablemente de esperanza y orgullo, por el legado que deja este chico a una España que ha sabido escucharle haciéndose eco en las RRSS. Leucemia se llama el cáncer que se lo ha llevado tras un (dos en realidad) trasplante de médula que ha rechazado su cuerpo. Pablo ha muerto pero deja en vida un ejemplo de superación, un ejemplo de amor por la vida y sobretodo, conciencia de que todos podemos salvar vidas sin la necesidad de ser superhéroes.
Memento mori, sí, pero podemos dar tiempo y calidad de vida.
Dona sangre. Dona médula. Dona vida y da otra oportunidad a personas anónimas que algún día gozaron de una salud que ahora han perdido.
Seguiremos fuertes en la lucha contra el cáncer. Por todos aquellos, Carpe diem.
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