Las gallinas picoteaban granos en el suelo, y yo picoteaba de mi tarro unas nueces de macadamia.
El día, claro como otros tantos, me había ahuyentado de un plumazo las ganas de estudiar unos apuntes nada apetecibles.
El imponente sol se alzaba más allá de mi vista, y bailaba con las horas para esconderse tras el llano del viejo cazurro, trayendo la noche a las miradas.
Había perdido otra jornada de estudio, pero indudablemente había ganado un poquito más de vida.
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