Sonrisa perenne en su boca de madre, media sonrisa en la guasa de sus ocurrencias, y sonrisa dulce de abuela. Sonrisa, siempre.
Ocho bombos en un cuerpo de luna, capaz de reflejar y agrandar lo que sus ocho soles proyectan.
Entereza, gracia, gracietas. Risas con un programa de televisión de fondo. Silencio limpio, sin ruido a pesar de las batallas físicas y los reveses de la vida.
Prudencia y frescura en su justa medida, fifty-fifty. De esas auras blancas que todo lo enmarcan y todo lo bañan. Luz en oscuridad y más luz en los días soleados; y en los lluviosos, lluvia que riega la tierra seca.
Rendirte nunca estuvo entre tus opciones(*). Tuvo que ser en el mes de la mujer cuando emprendiste tu marcha, como mujer fuerte y luchadora que demostraste ser. La vida te puso a prueba y te pasate el juego mil veces, pero sí, la vida es finita, y el legado de bondad lo has dejado en tus hijos. Ay, Teresa, el amor es lo único que trasciende espacio y tiempo... ¡Cuánto amor te llevas y cuánto amor dejas en este mundo! Tú vivirás mientras haya en el mundo quien tuvo la suerte de conocerte.
Vuela alto.
(*) L. R. G.
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