jueves, 2 de mayo de 2013

Frágil

Me asusta lo frágil. Algo que se puede romper fácilmente siempre ha causado un sentimiento de inestabilidad en mi, quizás avivado ese sentir porque nunca en mi familia hubo una amplia capacidad de tactilidad fina (siempre fuimos todos unos patosos, no somos lo que se dice manitas para nada, vaya). Y es que más de una vez, bruta de mí, he roto un huevo por cogerlo y romperlo mientras mi cabeza andaba flotando en otra parte.

Sin embargo, al igual que me descoloca, esa fragilidad me llama incesante a que la vea, la mire, la pruebe, la manosee, la cate. La curiosidad mató al gato, dicen.

La enfermedad es un poco eso: Fragilidad humana que incita sobretodo a los sanitarios a curiosear más acerca de la valoración, diagnosis, tratamiento y pronóstico de vida. Y jode, con perdón de la palabra (y sin perdón también), saber y ver cómo salpica sin rubor a unos y a otros. Extraños. Conocidos. Y todo se vuelve más inestable aún porque, aun sabiendo lo que es y segura de que ello te ayuda a afrontarlo, no puedo dejar de sentir que quizás me podría haber dedicado a la enseñanza e ignorar, como tantos otros, las miserias de una dolencia que te hace ser tremendamente grande para la gente que te quiere, pero insignificante para un mundo en crisis económica y de valores políticos al que tú, por mucho que escuches en los telediarios, no le debes nada. Y cómo jode saber lo que sabes.

Ignorancia, bendita felicidad.


Y lo peor es que es una droga. Lo sé, porque duele, porque merma, porque engancha y, una vez pruebas el gratificante momento en el que un paciente se ve beneficiado de un bien que le has dado... No hay vuelta atrás. Y habrá sobredosis de dolor a veces, porque veas un sufrimiento donde no tiene cabida el consuelo, ni sentido las palabras que de corazón quieres soltar: "Todo irá bien". No las dices ¿para qué?, no es lo que necesitan oir. Sólo paciencia, empatía y paciencia.

Sanitarios del mundo, no os dejéis la paciencia en casa por la mañana. No os dejéis la empatía. La fragilidad a veces no tiene cura, pero los tratamientos paliativos son buenos aliados en los momentos donde la esperanza se fue y la realidad es la mejor medicina para cuidar y lograr una vida digna. Y una muerte, igualmente, digna.

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