De vez en cuando, suena una canción que me recuerda a ti. Miento. No a ti, sino a momentos contigo. Una mirada, una mueca agadable, una palabra o una nota ahogada en tus cuerdas vocales por el estruendo de la discoteca. A veces miro atrás y me gustaría volver a ese lugar en aquel instante, y luego cierro los ojos y me agarro tan fuerte al minutero que cae por el peso de los segundos hasta las seis, y me resbalo por él, y me doy de bruces en la azotea, mirando al frente, al horizonte. No al infinto, al skyline.
Una vez me senté a esperar con un rabito de margarita saliendo de forma chulesca por mis labios inclinados levemente a la izquierda. Era una mañanita de abril donde el sol jugaba al escondite con las nubes. Pero frío no hacía, y tampoco llovía, y como lo único que pasaba, visto lo visto, era el tiempo, decidí que en aquel día y a esa hora era mi turno para jugar, el momento de esconderme y encontrarme, esconderte y encontrarte, esconderme y encontrarme, esconderme y encontrarte, esconderme y encontrarte, esconderte y encontrarme...
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