Aunque el invierno aún no ha terminado (en realidad llevamos a penas veinte días) los días calientan más ahora que muchas primaveras sombrías. Los aires cambian y lo seguirán haciendo para llevar tu barco al puerto más cercano, pasando por pueblos pintorescos y parajes naturales, necesarios en toda travesía.
Puede que haya un compañero de viaje escondido en el camarote del fondo y que responde a la llamada de la melancolía. Pero ese no es problema alguno si te atreves a invitarlo a una botella de ron, como buen marinero que eres.
Vendrán marejadas. Pero tú sabes que el mar bravío siempre vuelve a la calma, quizás con algún mástil roto, sí. Nada imposible de arreglar, por otra parte, con una buena caja de herramientas y la santa paciencia de Job... No todo va a ser pescar atunes envidia de la misma Zahara costera. Lo verdaderamente emocionante es que ya, en esta nueva etapa de redes sumergidas en las profundidades del mar, seas capaz de tirar de ellas para ver tu cubierta repleta de manjares para tu paladar, mientras hueles la salitre y escuchas las olas rebotar en el casco. Eso sí, usa crema de manos para el trabajo manual, que la vida del pescador siempre deja cicatrices que terminan curtiendo las manos.
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