martes, 20 de septiembre de 2016

El arma más letal

Y sin mirar veo que la nostalgia de aquel día recorre cada vello de mi piel, erizando a su paso los recuerdos del espejo en el que te reflejaste por primera vez. No te culpo del deseo refrenado de estas manos a las tuyas, ni del agujero que provoca tu ausencia a mi lado del sofá, estando pero sin estar.

No te culpo ni siquiera de aquella taza de café que dejó para siempre su marca en la moqueta de un hotel, víctima del amor desenfadado. Y sin embargo, te culpo de mi risa y mi sonrisa, de notarme flotar como burbujas a las que acaricia el soplo de un niño jugando en la plaza. Te culpo de mis noches sin dormir por quedarme velando tu respiración profunda, y te culpo de cada instante que el corazón me da un vuelco, porque me matas, porque me se me corta el aliento cuando me traspasas con el arma más letal y mortífera y a la vez la más sigilosa y placentera que puede haber en la faz de la tierra y en las almas inquietas: Tus ojos, cariño. Tu mirada.


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