Lo que empezó hace muchos años en el nordeste de la península ibérica está teniendo una resaca importante estos días.
No suelo hablar de política y guárdeme el cielo si me atrevo hoy aquí. Solo necesito si acaso expresar mi pesar por lo que parece un punto sin retorno en el conflicto catalán. Yo, que amo Barcelona, que me parece un lugar apetecible para vivir, que lo he disfrutado tantos viajes y que es cuna de una de mis grandes amigas, no puedo dejar de mirar las noticias y quebrarme un poco por dentro cuando veo tanto resentimiento, cuando veo tanta incomprensión por ambas partes ya separadas de por vida.
Es cierto que el divorcio no es cosa de dos, pero luchar por una relación sí lo es, y aquí, quienes tenían que luchar no han hecho sino bajarse los pantalones y llenarse los bolsillos durante años.
Y esto ha reventado.
Son muchos los que quieren quedarse y son muchos los que quieren irse. Y la verdad, no sé cómo se puede arreglar esto.
Ojalá sonara el despertador, se abriera el plano y estuviéramos viviendo el día de la marmota.
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