Alzó la mirada y los vio caer desde un lugar al que en realidad no alcanzaba a ver. Siempre se había imaginado el fin del mundo así, apocalíptico, como tantas películas de Hollywood le habían enseñado desde sus tiempos de adolescente. Cientos de rocas se adentraban en la atmósfera y se prendían de fuego. Lo cierto era que dibujaban una imagen digna de cualquier cómic de Dragón Ball en la batalla de Namec. Cómo echaba de menos aquellos ratos frente al televisor con su tableta de chocolate entre pan y pan. Cuando aún había electricidad, no percibía la vida sin ella. Las últimas noticias que pudo ver decían que era un cinturón de esteroides que se dirigía súbitamente a la Tierra. Habían mandado a personal de la NASA para hacer algo épico pero la misión había fracasado estrepitosamente y el presidente de Estados Unidos había dimitido. Seguro que estaba en un búnker a resguardo. Habían pasado muchas semanas y las rocas no habían cesado de caer. La electricidad hacía mucho que se había ido y él había aprendido a refugiarse en las casas que aún permanecían de pie en aquella ciudad ruinosa y usar la lluvia como agua potable. La comida... bueno, eso era más complicado.
Otro estruendo. Otra bola de fuego ha caído. Otro incendio devastador en otro lugar apartado de la ciudad. No se enteraría jamás si había muerto alguien. Lo más probable es que sí. De todos modos no importa.- Vamos a morir todos- dijo en voz alta mientras se encogía de hombros.
-¡Qué mierda, joder, pero qué espectáculo!- pensó mientras miraba arriba y se frotaba el frío de su cuerpo escuálido.
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