Ignavi coram morte quidem animam trahunt, audaces autem illam non saltem advertunt.
De rojo se tiñen hoy las calles de la ciudad que me acoge. Apenas a treinta kilómetros debía estar un chico que daba la vida por un escudo, contrario al mío, que le daba alegrías y también algún que otro disgusto.
Lo vi crecer, lo vi gritar como nadie y enfadarse por moverle sus juguetes en el sofá, y jugué con el a ser Darth Bader en la Estrella de la Muerte mientras mi amiga se vestía de mil colores. Aún me parece estar viéndolo con los ojos entornados y mirándome de soslayo mientras me metía con él y le decía que no gritara, que yo me quedaba un ratito jugando.
Casualidades de la vida, un día me le puse una máquina de las mías en el hospital y desde entonces me convertí en su enfermera. Y no es justo. Nada lo ha sido porque de repente, nos ha tocado decirle adiós. Y sin querer ser yo protagonista de una historia que no es la mía, desde entonces me falta un trocito de corazón.
Ay, Antonio... Ayer iba a verte y me quede con las ganas, y esas ganas ya las voy a tener para siempre.
Vuela al celeste. Celeste como el vino que me estoy bebiendo en una copa recordando las de veces que me metí contigo. Yo brindaré por tu fuerza, por tu humor, por tu vergüenza inocente, por tu serenidad y tu valentía. Por echarle cojones a la puta vida. Brindaré por tí y por tu Sevilla. Ha querido la ocasión vestirse de noche de champions, y hoy cantaré por ti los goles de tus colores. Y los cantaré en toda la eliminatoria contra el Manchester, porque mereces irte con una victoria.
Y el primer beso que le plante en la frente a tu sobrina será, secretamente, de tu parte.
Te lo prometo.
D.E.P. Antoñete.
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