Lo curioso es que, realmente, no es que no se oigan o no se vean. La cosa es que pasan desapercibidos por que la persona a la que van dirigida normalmente ha puesto un muro previamente a ese grito.
Igual está camuflado en una llamada vana de teléfono, o en una caricia inusual en medio de una película, o en un enfado tonto por un vaso mal puesto en el lavaplatos. Está así, ahogado, pero presente para el que preste atención.
Mal aliado es la prisa, mal aliado es la vergüenza, la despreocupación o el ombliguismo.
Y los gritos ahogados que encuentran estos compañeros en frente, se hunden en los mares y no vuelven a intentar salir a flote en mucho tiempo, llenando los bolsillos de agua y el corazón de arena pesada.
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