Dicen que hay muchos tipos de personas, pero yo solo creo que hay dos tipos. Las buenas y las malas. A partir de ahí evidentemente hay niveles de bondad o maldad, pero obviando eso, sólo dos tipos de personas. Las malas suelen esperar que te ocurra algo malo, incluso pueden llegar a provocar una situación que lo facilite y después se jactan de ello, sea en público o en privado. Las buenas intentan todo lo contrario, claro.
A lo largo de mi, quiero pensar, aun corta y a la vez previsiblemente larga vida he ido encontrándome con más personas buena que malas, pero sin duda las malas son las que más me han sorprendido. Y digo sorprendido por el simple hecho de que no entiendo su actitud, y así se lee entre líneas que yo me considero del grupo del aura limpia. Es curiosa la mente humana... A las personas buenas generalmente le atribuimos también dotes físicas bonitas, y si la madre naturaleza parece no haber agraciado de belleza a dicho ser, suavizamos los rasgos si éste ya pasa de ser una persona buena a una persona amiga o conocida con cariño.
A las personas malas, sin embargo, solemos verlas más feas, fruto del rechazo que normalmente provoca la maldad en el humano. Así yo puedo pensar que una amiga es la belleza personificada; y una chica que antaño lo fué y se desenmascaró echando más telarañas de las que pudo contener se convertiría en un adefesio venida de tierras lejanas.
Lo cierto y verdad es que cada uno tiene una visión de cada persona que conoce, poniendo al sujeto más alto o bajo en la escala de bondad y maldad o de belleza interna y externa. Pero el que es malo, por mucho que sus allegados tapen sus ojos con vendas de seda y disfracen sus atrocidades con excusas banales, tiene en la mirada desorden y caos y un saco en su costado repleto de frutos podridos y semillas ingermes provenientes de cosechas plantadas en una ciénaga que él llama, erróneamente, jardín.
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