Hoy me he levantado contenta. El fútbol es un mero deporte que te da alegría y te la puede quitar. No voy a frivolizar, no es lo más importante en este mundo que sigue girando con o sin él, pero para mí el Betis tiene cabida en mi día a día, y lo quiero: no puedo (ni quiero) remediarlo, no puedo (ni quiero) evitar ponerme triste cuando perdemos, cabreada cuando no se hacen las cosas bien y pletórica cuando vencemos al rival y no puedo (ni quiero) evitar sentir ese "ahora más que nunca Real Betis Balompié" cuando las cosas no van todo lo bien que una desearía.
Ayer treintamil personas desafiamos la fría y lluviosa tarde-noche sevillana y fuimos, un fin de semana más, a esperar una victoria que tardaba ya demasiado en llegar. Dos meses llevábamos sin una alegría en el cuerpo, así que el éxtasis se desató cuando Rubén marcó dos goles en el descuento. Y nos quedamos sin voz. Y saltaron lágrimas de alivio... pero es que la espera de tantos días, las decepciones de tantos goles en contra y, por fin, una luz en medio de la oscuridad, un gol seguido de otro y de un pitido final con un resultado a favor contra el tercer clasificado liguero hacen que las emociones salgan por donde sea.
El fútbol ayer fue justo. La suerte, esta vez, no nos fue esquiva. El Betis, por fin, ganó un partido.
Mañana comenzará otra semana y habrá que seguir trabajando, mañana, como hoy, el mundo seguirá girando como giraba ayer, pero esta alegría ya se la lleva (y se la sigue llevando) mi cuerpo.
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