Ayer fue una noche de nervios. En realidad no sólo la noche, pero centrémonos en esa parte de la jornada que es la que interesa.
A eso de las ocho menos cuarto de la tarde nos íbamos Marco y yo para reunirnos con los béticos del universo en los aledaños del Villamarín. Había buen ambiente, y por fortuna, ningún altercado con aficionados del eterno rival... Iba a resultar cierto eso de "el derbi de la concordia". Después de recoger a las dos sevillistas y escoltarlas a su puerta de entrada, nosotros nos dirigimos a la nuestra y por allí subimos al tercer anillo de un gol norte todavía a medio llenar.
Y llegó la hora. El árbitro hizo sonar su silbato y el balón comenzó a rodar. Dos golitos, ocasiones para los equipos, algún que otra decisión arbitral no compartida por un bando o por otro y un último pitido que daba finiquito al derbi sevillano con tablas en el marcador.
Leyendo crónicas (aún no he visto el resumen y creo que estaba demasiado nerviosa para recordar con lógica) comentan la superioridad en el juego del Sevilla. Otras comentan que el Betis no jugó a lo que sabe y dejó salir vivo de su casa a su oponente.
Tú, sevillista, dirás que tu equipo mereció más. Tú, bético, diras que el tuyo mereció ganar. Yo creo que ambos tuvieron oportunidad y, por fortuna ya sea positiva o negativa, o por la actuación de segundos o terceros, no hubo más que sumar un gol verde y un gol rojo. Ambos pudieron ganar, y por tanto ambos pudieron perder... Seguro que los dos tuvimos miedo más de una vez de que la balanza se inclinara finalmente para el lado contrario... Y lo cierto y verdad es que ayer nos quedamos los dos con un sabor agridulce de saberse no vencidos, pero tampoco ganadores.
Eso sí, no hubo mala baba y sí limpieza en el juego y equipos que querían tratar bien al balón, y, ya en las gradas, piques entre aficiones que quedaron en palabras. En definitiva...El que ganó fue ese gran espectáculo que levanta pasiones: el que ganó fue el fútbol.
Pelitos de punta...
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