El sentido del olfato es muy peculiar. Sabe distinguir desde el guiso preferido de tu madre a el diésel que emana del tanque en una gasolinera. Y si no, que le pregunten a los catadores de vinos, aceites y demás delicatesen. Provoca tantas emociones como matices. De ello habla, por ejemplo, El Perfume, de Patrick Süskind.
Aún hoy me encanta oler un libro nuevo, a estrenar. Qué sensación cuando ibas al colegio cargado de material... Hubo un tiempo que mis libros eran heredados. No eran entonces lo bastante nuevos para poder emitir ese inolvidable olor en exclusiva para tu olfato, ni tan viejos que se hubieran impregnado de otros tantos aromas. Sin embargo, una vez más hubo una Reforma Educativa y ésta, claro, cambió el plan de estudios; la EGB y el BUP dio paso a la LOGSE (con primaria y ESO), y mis padres no tuvieron más remedio que gastarse un pico más en Septiembre en los textos para mi aprendizaje. Y yo, la verdad, fui sumamente feliz con la nariz metida entre sus hojas.
Ayer estuve en una librería de segunda mano... Y el olor hizo de nuevo acto de presencia: olía a imprenta y a tinta, a hoja vieja, a polvo, a antaño, a historias, a anécdotas presenciadas en las estanterías de sus antiguos dueños, al paso de las páginas en los ojos de los quién sabe cuantos lectores, a dedicatorias y a primeras ediciones, a historia y tiempos pasados. Y fue tal la sensación de encontrar todo eso y a tan buen precio que ya he guardado direcciones de otras para ir de nuevo a buscar un tesoro, una nueva historia con un nuevo matiz, una puerta abierta a la imaginación en forma de libro.
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