domingo, 10 de febrero de 2013

¡Egoísta!

El ser humano es egoísta. Así, sin vaselina ni pelos en la lengua. De golpe y porrazo. No existe la bondad absoluta ni la divina empatía. No, no. Aquí cada uno actúa según su antojo y satisfacción. Lo que pasa que el egoísmo tiene diferentes caras, y ya que estamos en pleno carnaval y a mi me gusta el teatro (y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid) vamos a utilizar el símil.

Y así es que verás una careta con cejas enjutas y las comisuras de los labios apuntando hacia el suelo. Esa es la representación de nuestro egoísmo malo, el llamado psicológico: algo que nos beneficia y que puede o no perjudicar a un segundo y a un tercero. Aquí lo importante es el yo, mi, me, conmigo. El resto no importa. El fin justifica los medios.

A parte surge un nuevo antifaz, esta vez con rostro sonriente y mirada limpia. Es el egoísmo ético, uno por el que el humano obtiene beneficio posterior a un acto bondadoso, noble, puro. Así, por ejemplo, un trabajador social, un enfermero o un profesor es tal porque LE gusta ayudar, cuidar o enseñar porque LE agrada hacerlo. No espera nada a cambio pero obtiene en realidad satisfacción por el acto en sí. Vale, llámalo altruismo si quieres.

Muchas ONGs cuentan en sus filas con estas personas... Es cuestión de decisión, como siempre. Y el mundo sería mucho mejor si hubiera más como esas gentes que, buscando su satisfacción personal, ayudan al prójimo.

Mis queridos... Seamos egoístas, ¡¡pero de los buenos!!

 
 

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