Y así es que verás una careta con cejas enjutas y las comisuras de los labios apuntando hacia el suelo. Esa es la representación de nuestro egoísmo malo, el llamado psicológico: algo que nos beneficia y que puede o no perjudicar a un segundo y a un tercero. Aquí lo importante es el yo, mi, me, conmigo. El resto no importa. El fin justifica los medios.
A parte surge un nuevo antifaz, esta vez con rostro sonriente y mirada limpia. Es el egoísmo ético, uno por el que el humano obtiene beneficio posterior a un acto bondadoso, noble, puro. Así, por ejemplo, un trabajador social, un enfermero o un profesor es tal porque LE gusta ayudar, cuidar o enseñar porque LE agrada hacerlo. No espera nada a cambio pero obtiene en realidad satisfacción por el acto en sí. Vale, llámalo altruismo si quieres.
Muchas ONGs cuentan en sus filas con estas personas... Es cuestión de decisión, como siempre. Y el mundo sería mucho mejor si hubiera más como esas gentes que, buscando su satisfacción personal, ayudan al prójimo.
Mis queridos... Seamos egoístas, ¡¡pero de los buenos!!
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