Andaba por el arcén. No perdido, ausente. Estaba sumido en un mar de pensamientos revueltos mientras pasaban a toda velocidad los coches meciéndole el flequillo. Andaba, sí, pero no iba a ninguna parte. No se dirigía a hacer nada en particular y sin embargo, seguía andando, a veces rápido, a veces dando zapatazos para hacerse notar y aportar su pisada entre la polvareda que levantaban las ruedas de los vehículos. Otras, simplemente se detenía y miraba a su alrededor, expectante.
Al cabo de un rato, dio un giro y dio la vuelta, desandando lo andado.
Cuando no hay un fin, una meta, un objetivo... El camino que andas es, tristemente, en balde.
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