domingo, 30 de octubre de 2016

Lucha

Si tiro mi espada y blando mi escudo que no me llamen loca ni valiente. Que no me llamen guerrera o combativa tampoco si hiciera lo contrario. El escudo no defiende, roto en cien pedazos no sirve de nada. Lo han desgastado a base de puñetazos, de venenos producidos por lenguas viperinas salidas de las riveras de un río que riega capitales. 

La espada no está afilada. Serviría como bate de béisbol si hiciese falta, para defender lo defendible a base de golpes y deslumbrar con el reflejo de su hoja plateada a los que se dejan llevar por la marea negra. 

Las guerras nunca deben tener sentido, y en esta, la locura de su ego hace que se encuentre explicación en batallas diarias que no benefician ni siquiera al que vende armas. Y yo, yo estoy cansada de enfrentamientos perdidos y daños colaterales, de bajas en las filas de soldados rasos que solo quieren volver a casa. Estoy cansada de pegar los trozos de los escudos de otros, sin que nadie me ayude a pegar los pedazos del mío. Y quizá sea momento y lugar para una retirada, pero a pesar del cansancio, de no entender qué pasa, aún no me marcho. Aún no tiro la toalla. Tengo que dar muchos golpes en este ring, solo tengo que aprender a esquivar. 

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