Enfundada en mi bata, no me creo que sea ya mitad de marzo. Aún recuerdo los bombones y polvorones que se han asentado en mi cuerpo después de las navidades. Ahora está algo dolorido fruto del esfuerzo que lleva soportado durante las dos ultimas semanas.
Mañana llueve, y no puedo evitar acordarme de cuando esperaba el domingo de ramos con la ilusión de la niña que era. Mucho tiempo ha pasado de eso, y lo que se vive por el sur en esta época del año me gusta, pero no me limita ni limita un domingo especial para muchos. Ayer desayuné gloria. En un bar de un pueblo sevillano, con marchas procesionales, olor a incienso y un zumo de naranja con café y tostada. Me sentí maravillosamente en casa. Me da igual los tambores que resuenen por el centro, voy a escuchar y a ver lo que me venga en gana.
Voy a disfrutar porque me apetece, contigo, con mil o sin nadie, con procesiones o sin ellas, pero voy a hacerlo porque momento solo hay el presente, y me quiero regalar mi tiempo.
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