Se puso los pantalones mientras cepillaba los dientes con premura. Se calzó y eligió, de entre sus muchas camisas, aquella con la que se sentía cómodo en una ocasión como esa. No le gustaba decir que era su camisa de la suerte, pero en cierto modo se sentía mal si no la llevaba.
Los semáforos le abrían paso a través de las calles dormidas, y avistó el aparcamiento perfecto para su coche, heredado de su hermano. Era un Volvo 900S, un coche antiguo que consumía en gasolina una cuarta parte de lo que era capaz de ganar en un mes, y teniendo en cuenta que lo cogía dos veces en semana, eso era mucho... Puso el freno de mano, hizo leves movimientos con la mano a la palanca de cambio antes de soltar el embrague para cerciorarse de que estaba en punto muerto y bajó.
Era miércoles, y los miércoles le encantaban. Se abrochó la chaqueta y se miró en un escaparate del alto edificio que tenía ante sí. Cogió aire, dio dos golpes talón con talón y entró al ascensor que lo llevaría a la dieciseisava planta. Quizá lo llamaran loco, pero realmente podía oler que ese era su día.
Era miércoles, y los miércoles le encantaban. Se abrochó la chaqueta y se miró en un escaparate del alto edificio que tenía ante sí. Cogió aire, dio dos golpes talón con talón y entró al ascensor que lo llevaría a la dieciseisava planta. Quizá lo llamaran loco, pero realmente podía oler que ese era su día.
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