Mi padre es un tío culto. Eso para empezar. Es una persona trabajadora y muy constante, y ahora seguimos. Se levanta y anda kilómetros admirando una tierra a la que ama, respirando campo y ciudad. Es fan de la historia y le encanta saber del suelo que pisa y las piedras que lo rodean, imaginando los ojos pasados que alguna vez observaron el mismo lugar en el que ahora está. Es fiel guardián del patrimonio, capta con su objetivo aquello que quiere compartir para no dejarlo sólo en su memoria. Inteligente, nada en la red para saciar su mente inquieta. Y sabe disfrutar del tiempo libre que le ha dejado años y años de estrés en el banco.
Ha sacado adelante, pluriempleado, a cuatro hijos con la ayuda de una mujer que siempre ha estado a su lado, mi madre. Y supo hacer un empleo constante para una hermandad a la que ha dado mucha gloria y poco disgusto.
Trabajo le ha costado poder ser lo que hoy es: un merecido jubilado con toda una vida por delante.
Papá, quizá no estemos de acuerdo en todo, quizá yo te saque de tus casillas igual que a veces tú me sacas de las mías... Yo no soy la mejor hija del mundo, pero sé que me quieres y yo te quiero a tí como no quiero a nadie. Porque aún me acuerdo de tus manos sujetandome para subir a un tercero sin ascensor, de tu olor al tabaco de los noventa y a tu crema de afeitar (aún hoy me quedaría embobada viendo como rasuras tu barba, aunque te hayas pasado a las modernidades de la máquina eléctrica).
Quizá no seas un padre de los de película, pero es que nunca te hizo falta, ni te hace falta ahora. Yo te quiero todos los días del año, y aunque no te lo diga mucho, hoy te lo voy a repetir: Te quiero Papá, porque hoy siempre será tu día.
Nota: Da igual qué día leas esto.
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